Marido y mujer by Lindsay Armstrong

Marido y mujer by Lindsay Armstrong

autor:Lindsay Armstrong
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica, S.A.
publicado: 2015-03-10T00:00:00+00:00


Cuando se subió al tractor habían pasado casi tres cuartos de hora, había recibido una llamada telefónica que la había retrasado. Damien no estaba por ninguna parte.

Se puso en marcha y Peach la siguió.

Bajó por el camino de entrada, y estaba a punto de girar a la izquierda para ir hacia la puerta de la valla, cuando miró hacia delante. Junto al camino y la puerta principal estaba el pequeño patio vallado donde había pensado meter a las vacas para fumigarlas. Parpadeó y a punto estuvo de detener el tractor al ver que el patio estaba lleno de vacas y a Damien apoyado en la valla.

Lee apretó la mandíbula. Sin ayuda alguna, Damien había llevado allí a las cinco vacas, cinco terneros y un toro.

–Peach –dijo Lee con acritud mientras se dirigía hacia Damien–, ¿hay algo que este hombre no

sea capaz de hacer? Creo que hay algo que no me has contado –le dijo a Damien, mirándolo con seriedad cuando llegó hasta él y paró el tractor.

Damien parecía divertido.

–Hice mis pinitos como vaquero cuando era joven, eso es todo.

–¡Me lo podrías haber dicho! –exclamó Lee bajándose del tractor–. ¡Me siento como una idiota!

–Lo siento –se disculpó Damien sonriendo–. No pude resistirme. ¿Por qué no me dices cómo se llaman? Estoy seguro de que tienen nombre.

Lee se puso unos guantes de goma y llenó la pistola de fumigar.

–Y eso me hace sentir como una niña pequeña.

Damien se irguió al ver que ella se subía a la valla para entrar en el patio.

–Lee, no estarás pensando en entrar ahí, ¿verdad?

–¡Por supuesto que sí! –dijo ella deteniéndose para ponerse la mascarilla que colgaba de su cuello.

–Estás loca –le dijo con firmeza y le quitó la pistola de fumigar–. Tú misma me has avisado del peligro de ser aplastado –añadió mirando a las vacas.

–Pero si no entro no podré acercarme a los terneros –objetó Lee–. Soy rápida y ágil –añadió con orgullo.

–Quizá, pero no eres muy grande –contestó Damien, se subió a la valla y bajó al patio.

–De acuerdo. Toma mi mascarilla. ¡Cuidado con Ferdinand!

Si Lee era rápida y ágil, Damien hizo el trabajo utilizando la autoridad. Sus vacas reconocían a alguien que sabía lo que estaba haciendo y obedecían, pensó irritada. De repente se dio cuenta de que las vacas eran de los dos, pero no fue de mucha ayuda.

–Misión cumplida –dijo él mientras abría la puerta para que saliese el rebaño.

Lee observó cómo las vacas y los terneros salían y se dirigían alegremente hacia el pasto, seguidas de Ferdinand. Y se dio cuenta de que Damien estaba junto a ella.

–Una moneda por tus pensamientos –dijo él.

Lee suspiró.

–Supongo que pensé que habría algo que se me diese mejor que a ti y me siento un poco decepcionada, pero ya se me pasará.

Damien rio en voz baja.

–Yo te he sorprendido, pero tú a mí también. ¿Qué pensaste de la foto del periódico?

Lee abrió los ojos de par en par y se sonrojó ligeramente.



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